Reconocer cada una de las facetas del
hombre es un privilegio al que todos deberíamos aspirar. Un encuentro con la extensa
variedad de identidades habidas en la vida, que lejos de lo que parece, no nos
diferencia en nada, y sirve, en cambio, para una profunda y armoniosa
complementariedad. Por lo tanto, nuestra afinidad con las personas Síndrome de
Down es natural, surge de lo personal, de mirar más de cerca y conducir la
actitud hacia la confianza. Y al congeniar, se acentúan la solidaridad y el
respeto, surge un actuar a la medida de la experiencia.
Acercarnos a una persona con Síndrome de Down involucra sentimientos de igualdad y respeto. Exenta de complejos, nuestra relación con ellos ha de apuntar hacia una convivencia regular y constructiva. Que se libre de prejuicios y calificativos cada acción realizada en dirección a conocerlos. Con esto, se constituyen en la sociedad atributos que marcan un curso incluyente, que agrupa a todos sin estereotipos aislantes. Y en vista de que todo comienza con un principio elemental, hay sobradas razones para lograr todo esto con la educación dentro de la familia, donde se les otorgue de una vez el valor merecido a las personas Síndrome de Down.
Todo lo anterior se logra conociendo los distintos niveles (leve, moderado, severo y profundo) presentes en la condición; la conceptualización de términos médicos, sociales y educativos; y la aplicación de las formas legales que enmarcan la identidad de las personas con Síndrome de Down. Con esto, se da un apropiado soporte a nuestra interacción con ellos y al trato que se merecen. Así mismo, considerar como objetivos su inclusión como individuos capaces a las disciplinas, áreas y sistemas que otorgan esencia a la sociedad, bajo la orientación de especialistas y personas capacitadas. Y quizás, una de las acciones más importantes: no asumir que la persona con Síndrome de Down debe ser objeto de valorizaciones oprobiosas, y esto bajo ninguna circunstancia.
Los cambios ya se están ejecutando. Pero no se debe olvidar que todavía se continúa hacia la reformación de una sociedad justa, tolerante e inclusiva. De por medio, la educación y la cultura que forjamos desde nuestros hijos. Las personas Síndrome de Down son seres brillantes, personas con tan solo su inocencia a la hora de acercarse a los otros. Seamos una oportunidad de confianza, un encuentro amistoso, duradero, pedagógico y humanista. Ya hay que olvidar encerrarse en esquemas mentales ortodoxos. La hora de una mejor existencia comienza con el discurrir de una cultura dinámica, organizada, equilibrada, que responda a todas las personas que habitan en ella.
Autor: Alinson Pino Bellorin